Casas Muertas de Miguel Otero Silva

 


(Barcelona, Venezuela, 1908 - Caracas, 1985) Poeta, novelista y periodista venezolano, uno de los máximos exponentes de la literatura social en su país. Miguel Otero Silva participó activamente en las revueltas estudiantiles de febrero de 1928 y también en la conspiración militar del 7 de abril de ese año y la aventura, al año siguiente, de una proyectada invasión por las costas de Falcón

Estos fueron los síntomas anunciadores de lo que iba a ser su actitud vital más constante: una pasión genuina por la justicia social, la insumisión ante las tiranías, la fe en las posibilidades de transformación de la sociedad venezolana.

Fragmentos de la novela Casas muertas, escrita por Miguel Otero Silva en 1955, que describía el estado de destrucción de un pueblo golpeado por las epidemias y el éxodo de sus habitantes: Ortiz.
Deterioro sin frenos
“Y ahora no acertaba a comprender exactamente cómo había sucedido todo aquello, cómo el pecho fuerte y el espíritu indócil se hallaban anclados bajo la tierra y el gamelote del cementerio, al igual que los cuerpos enclenques y las almas mansas de tantos otros.”
 
La novela nos narra las vivencias de los habitantes de Ortiz, un olvidado pueblo llanero, asediado por la peste y la perniciosa. El paludismo y la hematuria, los mosquitos y las llagas, la soledad y la muerte, son los hilos que componen la atmósfera y el declive de Ortiz. A través de Carmen Rosa, personaje principal de la obra, experimentamos el dolor y el sufrimiento, la decadencia de un pueblo, cuya bonanza no tenía límites en el pasado. Solían referirse al pueblo como “La Rosa de los Llanos” en épocas pasadas. Un poblado lleno de gozo y prosperidad, de tierras fértiles y abundancia. Pero que ahora sufría las consecuencias de las guerras civiles, las enfermedades y el olvido del gobierno de aquella época. La decadencia sin freno es su máxima expresión, que se llevaba sin previo aviso sus habitantes al cementerio.

Un día común bajo el sol

“Sobre aquel pobre pueblo llanero, ya devastado por el paludismo y la hematuria, ya terrón seco y ponedero de plagas, cayó la peste como un zamuro sobre un animal en agonía.”
Es una novela melancólica y triste. Tenemos a una protagonista colmada de añoranzas e ilusiones. Una niña que recurría a los más viejos del pueblo para revivir el ayer a causa de sus relatos; que no ocultaba su curiosidad ante el mundo y atiborraba a la maestra de la escuela de preguntas de todo tipo; que asistía a la iglesia y vivía su cristianismo, siempre obediente y entregada, siempre en las manos de Dios; que amaba y se dejaba amar, por su familia y amistades. Un personaje que, sin duda, encariña por su buena voluntad y disposición. Sin importar que las casas del pueblo se derrumbaran a cada segundo y que la enfermedad acechara oculta y cercana, Carmen Rosa se mostraba fuerte y resuelta.

Melancolía y libertad

“Ciertamente, la iglesia y el río eran ya los dos únicos sitios de solaz, de aturdimiento, que le restaban al pueblo. Ya no se rompían piñatas los días de cumpleaños, ni se bailaba con fonógrafo los domingos, ni retumbaban los cobres de la retreta. En mitad de la plaza, montado en su columna blanca desde 1890, el pequeño busto del Libertador, demasiado pequeño para tan alta columna, no supo más de cohetes ni charangas, de burriquitas ni de palos ensebados.”
La historia de la novela se narra en tercera persona. Casi todo el libro son narraciones del pasado, describiendo la vida singular del pueblo de Ortiz, de Carmen Rosa y sus allegados. Es un viaje a la Venezuela del pasado para recordarnos de dónde venimos, cuáles eran nuestras costumbres y tradiciones y hacer un contraste con nuestro presente. La historia de nuestros antepasados, narrada en tan pocas páginas, nos recuerda que antes también se luchaba y se peleaba por la libertad y los ideales. En un capítulo nos narran la peculiar llegada de 16 estudiantes que fueron apresados por su civilismo. Cabe resaltar que el gobierno en el cual se basa la obra es el del general Gómez, por allá, a principios del siglo XX. Comparto un extracto mil veces citado de la novela y que reza así:

“Yo no vi las casas, ni vi las ruinas. Yo sólo vi las llagas de los hombres. Se están derrumbando como las casas, como el país en el que nacimos. No es posible soportar más. A este país se lo han cogido cuatro bárbaros, veinte bárbaros, a punta de lanza y látigo. Se necesita no ser hombre, estar castrado cómo los bueyes, para quedarse callado, resignado y conforme, como si uno estuviera de acuerdo, como si uno fuera cómplice."

Vía: Steemit