Alonso Andrea de Ledesma, el Quijote Venezolano

"Caracas del año de 1591"
A finales del siglo XVI la ciudad de Santiago de León de Caracas, capital de la entonces Provincia de Venezuela, tenía apenas tres décadas de fundada.

En palabras del historiador José Antonio Calcaño, Caracas “era para entonces un pueblo pequeño. Su forma era más o menos la de un cuadrilátero de unos quinientos metros por cada lado. Se podía andar de un extremo a otro de ella en diez minutos”.

Los habitantes de esa pequeña villa no se habían preocupado por construir murallas defensivas, pues creían que el Ávila, la montaña que los separaba del mar, cumplía con creces esa función.

No obstante, esto último no resultó del todo cierto pues el 28 de mayo de 1595, seis buques bien armados, al mando del pirata Amyas Preston, un corsario al servicio de la reina Isabel I de Inglaterra, fondearon en las playas de Macuto, arriando sus botes, desembarcaron en tierra unos 300 hombres y con la ayuda de un Español traidor llamado villapando quien los guió. para llegar a Caracas y saquearla ( una de las pocas veces que paso eso en la historia de Venezuela)
Con respecto a Villapando, cuya muerte, aun cuando no hay de ello seguridad alguna, se habría producido poco después, cuando los asaltantes, en pago por sus servicios, lo colgaron en cualquier árbol recio, según Oviedo y Baños. El tal Villapando aparece en la narración de la "proeza" hecha por uno de los invasores ingleses como un hombre "débil y enfermo" que había sido capturado por los asaltantes en una carabela de la que se apropiaron en Cumaná.

Los habitantes de esa pequeña villa no se habían preocupado por construir murallas defensivas, pues creían que el Ávila, la montaña que los separaba del mar, cumplía con creces esa función. No obstante, esto último no resultó del todo cierto pues el 28 de mayo de 1595, seis buques bien armados, al mando del pirata Amyas Preston un corsario al servicio de la reina Isabel I de Inglaterra, fondearon en las playas de Macuto, arriando sus botes, desembarcaron en tierra unos 300 hombres y con la ayuda de un Español traidor llamado villapando quien los guió. para llegar a Caracas y saquearla ( una de las pocas veces que paso eso en la historia de Venezuela)

Con respecto a Villapando, cuya muerte, aun cuando no hay de ello seguridad alguna, se habría producido poco después, cuando los asaltantes, en pago por sus servicios, lo colgaron en cualquier árbol recio, según Oviedo y Baños. El tal Villapando aparece en la narración de la "proeza" hecha por uno de los invasores ingleses como un hombre "débil y enfermo" que había sido capturado por los asaltantes en una carabela de la que se apropiaron en Cumaná.

De la relación de Robert Davie se desprende que Villapando, luego de indicarles a los ingleses que no debían atravesar la montaña por donde los españoles tenían varios fuertes en los que cien hombres podían atajar a diez mil, no acompañó a los invasores sino se quedó esperando su liberación, que era el precio convenido por su traición. 

El camino misterioso, que como todos fue practicado inicialmente por los indios, parece haber sido por el Este para desembocar en Anauco. Enrique Bernardo Núñez (La Ciudad de los Techos Rojos) supone que se trata de Juan Sánchez de Villapando, a partir de un expediente levantado por Juan Fernández de León para el Consejo de Indias, cinco años antes del incidente con los ingleses. 

Sánchez de Villapando, según consta en dicho expediente, tuvo acceso al Registro General hecho por Diego de Losada como alcalde de Caraballeda, en el que se indicaba la existencia de varios caminos entre Caracas y la costa. 

"Alonso Andrea de Ledesma, el Quijote Venezolano"
Cuando la noticia se conoció en Caracas, el entonces alcalde, Garci González de Silva, reclutó a los mejores hombres de la ciudad y se puso en camino para repeler a los invasores. 

González de Silva optó por enfrentar a los piratas en el llamado “Camino de los Españoles”, una ruta reforzada con fortines que por siglos fue la única vía de comunicación entre Caracas y el puerto de La Guaira. 


En la ciudad solo quedaron unos pocos ancianos, mujeres y niños. Muchos optaron por recoger sus pertenencias más valiosas y esconderse en los montes cercanos.

Consciente de la resistencia que enfrentaría en su ataque a Caracas, Preston optó por evitar el Camino de los españoles y recurrió a un prisionero español apellidado Villalpando, a quien amenazó de muerte si no lo ayudaba. Villalpando le señaló una trocha poco conocida que subía el Ávila hasta Galipán y luego descendía hasta un sector ubicado en la actual parroquia San José del caraqueño municipio Libertador.

Preston logró esquivar a las tropas de González de Silva y avanzó hasta tener la ciudad ante sus ojos.Tras hacer ahorcar a Villalpando en un árbol, el corsario ordenó el descenso a Caracas el 29 de mayo de 1595.  A partir de aquí el relato de los hechos difiere según el bando que los cuente. Una fuente inglesa mencionada por el historiador venezolano Arístides Rojas explica escuetamente que Preston se apoderó de la ciudad a las tres de la tarde “después de un pequeño tiroteo”. 

Pero autores españoles como fray Pedro Simón y José de Oviedo y Baños relatan una historia distinta y sorprendente: los hombres de Amyas Preston se encontraron ante el espectáculo de un jinete solitario llamado Alonso Andrea de Ledesma, quien se acercaba a combatirlos sin ejército alguno que lo respaldara.  

El solitario a caballo

"Alonso Andrea de Ledesma, el solitario hombre a caballo"Ledesma había nacido hacia 1537 en la ciudad del mismo nombre, ubicada en la provincia española de Salamanca. Había nacido en 1536 ó 1537, y a los 21 ó 22 años, junto con su hermano, Tomé de Ledesma, se embarcó con armas y caballos hacia el Nuevo Mundo. 

Luego de un período en Santo Domingo, estuvo entre los que acompañaron a Juan de Carvajal (el Conquistador que fundó El Tocuyo y se hizo famoso por colgar a muchos cristianos en una ceiba, que finalmente se convirtió en su propio cadalso cuando lo juzgaron y lo condenaron por sus muchos crímenes) a Coro, y también con Carvajal fue de los primeros pobladores de El Tocuyo, en donde se casó con Francisca Matheos, hija de uno de los compañeros de Cristóbal Colón.

Acompañó a Diego García de Paredes a fundar la ciudad de Trujillo de Venezuela, en 1557, y también con García de Paredes estuvo entre los que acabaron con la aventura del Tirano Aguirre, célebre aventurero que pobló de muerte y leyendas buena parte del territorio americano. 

En 1564 viajó con Diego de Losada a ocupar los pagos de los indios Caracas, en donde se estableció definitivamente hasta el día de su muerte, que fue el 29 de mayo de 1595, poco tiempo antes de que la mente de Cervantes crease aquel personaje que tanto se parece a él, excepto en el hecho de que don Alonso, el de la vida real, murió en desigual combate y en defensa de un espacio que no quería en manos de piratas, sino de gente honorable, como él, como sus descendientes. 

Su muerte impresionó vivamente hasta a los propios piratas que lo mataron de un tiro de arcabuz en la cabeza. El jefe de los asaltantes, Amyas Preston, luego de la heroica muerte de don Alonso, y de sus curiosas exequias (los invasores lo cargaron sobre su escudo y le rindieron honores de héroe), se alojó en la casa de los gobernadores, que acababan de construir en la esquina de Principal para evitar que el Ayuntamiento tuviera que reunirse en la casa particular de uno de sus miembros, o del propio gobernador. 

Allí fijó un "rescate" de treinta mil ducados, pero los vecinos (Preston no pudo verlos ni hablar con ellos, sino con un representante, pues casi todos huyeron a los montes cercanos con las posesiones más valiosas que podían cargar) eran pobres y avaros, y después de mucho dudarlo, hicieron una contraoferta que el inglés debe haber considerado ofensiva: cuatro mil ducados. 


La rechazó de plano, y le dio al comisionado una moneda de dos peniques para que los otros tuvieran que creerle que sí se habían visto. El 2 de junio, luego de nuevas y arduas (y, por supuesto, infructuosas) discusiones, los ingleses dieron un ultimátum: si el 3, a mediodía, no tenían los piratas los treinta mil ducados, el 5 no tendrían los habitantes de Santiago de León su ciudad. 

Ya un indio le había asegurado a Preston que los ladinos españoles, con el regateo, no hacían otra cosa que ganar tiempo, en espera del auxilio que desde el principio pidieron a poblaciones cercanas. 

Por lo que el asaltante, molesto porque el esfuerzo había sido casi en vano, y porque pensaba que los españoles había tratado de jugarle sucio, se retiró luego de destruir todo lo que pudo destruir y quemar todo cuanto pudo quemar. 

Salieron por donde mismo entraron, y no por el camino fortificado, ese que los caraqueños de hoy llaman "de los Castillitos", que fue en donde los piratas, desde la distancia, encontraron "formidables" las defensas de los caraqueños. Lástima que fueran inútiles ante el asalto de los piratas que como única resistencia encontraron el heroico y personalísimo sacrificio del anciano hidalgo don Alonso Andrea de Ledesma, que murió en la hazaña.


Es posible que no sea mera especulación el relacionar la muerte de Alonso Andrea de Ledesma con el nacimiento de Don Quijote. Los hechos americanos se comentaban entonces a viva voz en Sevilla o en Madrid o en cualquier lugar de España, y una hazaña tan inútil y tan española como la de Ledesma no puede haberse ignorado en su momento, y mucho menos en Sevilla, en donde Cervantes vivió entre 1587 y 1602, y desde donde, cinco años justos antes de la muerte de Ledesma, el 21 de mayo de 1590 se dirigió por escrito al Consejo de Indias en busca de "un oficio" en América, que no consiguió. 

Es un hecho demostrado que, poco después de la muerte de Ledesma, cuando con toda probabilidad llegó a Sevilla la crónica del hecho narrada por Gaspar de Silva, Miguel de Cervantes estaba en la ciudad. “Se sabe que Cervantes estaba en Toledo -cuenta uno de los mejores biógrafos de don Miguel- el 19 de mayo (de 1595). 

¡Y en agosto llegaron a las calles sevillanas las noticias de la muerte de Ledesma en Caracas! Dos años después, en 1597 se produjo su primera reclusión en la cárcel de Sevilla, "en donde toda incomodidad tiene su asiento" y "se engendró" el Quijote. 

Don Miguel, que debe haberse maravillado, como mucha gente en aquellos días, con la noticia narrada por el hijo de Garcí González de Silva, no estaba preso por algún lance de honor o por razones relacionadas con la vida de un hidalgo, sino por haberle confiado fondos públicos a Simón Freire de Lima, el banquero que quebró y lo dejó al descubierto, hecho ocurrido poco después de que en mayo de 1595, es decir, días antes del sacrificio de Ledesma, se le otorgara -a Cervantes- un premio literario (tres cucharas de plata) en una justa poética en honor a San Jacinto, en Zaragoza. 

Laureado, con deseos de ir a Nueva Granada o a La Paz o a Guatemala, seguramente leía hasta con ansiedad todo cuanto pudiera de aquel mundo al que no pudo ir y del que escribió en 1600, en El celoso extremeño cosas terribles: “Viéndose pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España.

Se consideraba Iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”, son los términos que utiliza Cervantes para describir la América española en El celoso extremeño, escrita posiblemente en 1600, y terminada en 1606, como para justificar ante sí mismo la frustración de haberse quedado de ese lado de la mar océano. 

Así debe haberse topado con el relato que del extraño suceso hizo Gaspar de Silva, en el que dice en un lenguaje que tiene mucho del tiempo de don Miguel de Cervantes Saavedra "que sabe este testigo y vido cómo el dicho capitán, como tal y siendo, como era, tan gran señor, le embistió al enemigo inglés a caballo, con su lanza y adarga, y andando gran rato escaramuzando entre ellos como tan valiente soldado y servidor de Su Majestad, le dieron un balazo que lo mataron, y cayó muerto de su caballo...”. 

Hay en la escena demasiado de arremeter contra molinos de viento o contra una tropa de ovejas como para no pensar en claras similitudes. Lo cierto es que los ingleses, admirados por al valor del veterano héroe, premiaron su hazaña colocando el cadáver sobre su escudo y rindiéndole toda clase de honores, a pesar de las circunstancias en que se hallaban en el lugar. 

¿Podría haber algo más parecido a lo que pocos años después publicó Cervantes? Además, a don Miguel bien podría haberle llamado la atención el nombre del héroe muerto, pues no debía serle en absoluto desconocido: como todos los poetas de su tiempo, don Miguel tenía que estar enterado de la existencia del poeta segoviano Alonso de Ledesma (1562-1623) iniciador del conceptismo en España. 

Como puede verse, hay demasiadas coincidencias que avalan esta hipótesis y la hacen definitivamente plausible. Y la hipótesis del origen caraqueño de Don Quijote se hace más atractiva cuando se cae en cuenta de que quienes viajaron a Venezuela no fueron los nobles, sino delincuentes que pagaban penas o desesperados capaces de cualquier cosa.

También podrían ser los descendientes de antiguos caballeros e hidalgos venidos a menos, como el propio Don Quijote de la Mancha (a quien, además, Cervantes llamó don Alonso, que es el mismo nombre de pila de Ledesma), con su escudilla vacía y sus sueños partidos, que en muy poco o nada se diferenciaba de todos, o de casi todos los que fundaron ciudades y recorrieron llanos y montañas en esta Tierra de Gracia.

Recuérdese, además, que siempre existió una doble comunicación, de ida y vuelta, entre la España de Cervantes y la América de Ledesma: en América, por ejemplo, no lejos de Caracas, se le cambió el nombre a un sitio para llamarlo La Victoria, en honor a la victoria obtenida entre otros por don Miguel en la batalla de Lepanto. De manera que es mucho más que posible que la idea, el personaje de Don Quijote, le haya llegado a Cervantes desde Santiago de León de Caracas.

"Porque la vida de Ledesma es su muerte. Al morir, salvó su alma para la inmortalidad viva de la historia. No hubiera salido, tomado del espíritu del Quijote, al sacrificio estupendo, y las páginas de la historia lo mencionarían como un número apenas entre los valientes capitanes que conquistaron la tierra y empezaron la forja de la patria nueva", escribió en 1951 el ensayista venezolano Mario Briceño Iragorry.